Rafael Torres.- El otro yo

Según las declaraciones a la policía del asesino confeso del niño Mateo en Mocejón, Toledo, no fue él, sino su otro yo, su copia, el que le acuchilló repetidamente hasta matarle. Tras el asesinato, su otro yo abandonó la escena de su crimen, se desembarazó del arma homicida y se dirigió a la casa de su abuela, donde se duchó y cambió por otra su ropa ensangrentada. Si se trató de un episodio, bien conocido en psiquiatría, de despersonalización, o de desdoblamiento de la personalidad, cabe preguntarse dónde estaba él, su yo primero, el original, durante el terrible suceso, si, cual es común en esos brotes, asistió al asesinato del niño como mero espectador, si participó como cooperador necesario, si se espantó o si se solazó con lo que estaba haciendo. ¿Reconoció la abuela como su nieto al que llamó a su puerta, o ya no era otro, con otro yo, sino él?
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